Al despertar, lo primero que percibimos es el tacto de nuestras sábanas, la luz con la que nos envuelve la lámpara que encendemos, la forma y color de la vajilla del desayuno... Desde ese momento y hasta terminar el día, cuando cerramos de nuevo los ojos sobre el textil de la almohada, nuestro cuerpo se habrá topado y desenvuelto con una infinidad de objetos diversos. Se trata de cosas modestas, comunes y ordinarias, que usamos constantemente sin prestarles apenas atención. Pero los objetos son también unos compañeros constantes en nuestra vida y, como tales, afirma Soetsu Yanagi, deben hacerse con cuidado y fabricarse para que duren. Deben ser tratados con respeto e incluso afecto. Y deben aunar perfectamente belleza y utilidad.